miércoles, 31 de agosto de 2016

El V centenario de El Bosco

El Jardín de las Delicias
El Museo del Prado organiza la extraordinaria muestra, EL BOSCO. LA EXPOSICIÓN DEL V CENTENARIO, que reune casi todas las pinturas y dibujos conservados del artista. La institución madrileña era el lugar adecuado para la celebración de la muerte de Jheronimus van Aeken (h. 1450-1516), conocido en España como el Bosco porque en nuestro país se conservan piezas capitales de su producción al ser el rey Felipe II, gran admirador del pintor que llegó a coleccionar un gran número de obras de su mano. El artista vivió y alcanzó fama en su ciudad de nacimiento, ´s-Hertogenbosch, una ciudad al norte del ducado de Brabante, en la actual Holanda.

Las tentaciones de San Antonio Abad
La exposición se divide en siete secciones de carácter temático ante la dificultad de establecer una cronología para cada una de las obras. El Bosco y ´s-Hertogenbosch es la primera de ellas que nos presenta al propio artista con un retrato en grabado de Cornelis Cort y su contexto, las pinturas de la plaza del mercado donde vivió, obras de artistas que trabajaron en la ciudad en aquella época o desarrollaron su labor en esos años, especialmente centrada en el tríptico del Ecce Homo, pintado por el taller de nuestro pintor para Peter van Os, notario y secretario del ayuntamiento, así como miembro de la cofradía de Nuestra Señora donde formaba parte también El Bosco.

La Adoración de los Magos
La segunda sección se titula, La infancia y la vida pública de Cristo, organizada entorno al Tríptico de la Adoración de los Magos, donde una de las claves del autor se manifiesta con claridad al expresar la corriente cristiana de la Devotio Moderna, que trataba de transmitir el mensaje de la imitación de Cristo. La sección más numerosa corresponde a Los santos, entorno a otro gran tríptico el de las Tentaciones de San Antonio, aunque hay otro significativo, el dedicado a santa Wilgefortis, venerada en los Países Bajos. El culto a los santos tiene un gran auge en aquellos tiempos como protectores y ejemplos para el fiel frente a las tentaciones.

Carro de heno
La siguiente sección se titula, Del Paraiso al Infierno, centrada entorno al tríptico, Carro de heno, que se completa con otras obras que tienen estos temas representados en las tablas laterales. El Bosco le da un significado moralizante al presentar al hombre de cualquier clase social dejándose llevar por los bienes materiales y los placeres de los sentidos. Ilustra los ejemplos a evitar para no condenarse eternamente, siguiendo el procedimiento de los exempla contraria, no los ejemplos del bien. La siguiente sección se entiende en la misma línea, la del mal que tienen que evitar los hombres, y se centra en el tríptico de El Jardín de las Delicias, comisionado por Engelbrecht II, conde de Nassau, gobernador de los Países Bajos y consejero de Felipe el Hermoso. También miembro de la cofradía de Nuestra Señora. Representa en el sentido anterior, también el mal en un falso Paraíso, el de la lujuria, cuyos placeres proporcionan una felicidad efímera.

Mesa de los pecados capitales
El mundo y el hombre: Pecados Capitales y obras profanas, constituye la penúltima sección, cuya obra más importante es la Mesa de los pecados capitales, aquellos que debe evitar el ser humano en su camino por la vida. El recorrido finaliza con la sección titulada, La Pasión de Cristo, donde su figura se convierte en referente para el creyente y propiciadora de la oración y la vida ascética. Dos obras destacan, Tríptico con escenas de la Pasión, del Museo de Bellas Artes de Valencia, y Cristo camino del Calvario, del Monasterio de El Escorial. Tras la visita, la obra de El Bosco, muestra un claro mensaje dentro de las corrientes espirituales del cristianismo de finales del siglo XV, un claro desprecio del mundo, al que él aporta una iconografía revolucionaria, que dejará numerosos seguidores e imitadores.

La extracción de la piedra de la locura
Su fama ha llegado hasta la actualidad por dicha iconografía, donde la mayoría de sus claves se han perdido a lo largo del tiempo. Se le comparó con la manera de representar los sueños del movimiento surrealista de comienzos del siglo XX. Hoy perdura como un estilo revolucionario que supo partir de los grandes ejemplos precedentes para romper con una técnica pictórica renovada.

lunes, 29 de agosto de 2016

De Caravaggio a Bernini

Caravaggio, Salomé con la cabeza del Bautista, 1607
En el Palacio Real de Madrid se celebra la magnífica exposición, De Caravaggio a Bernini. Obras maestras del Seicento italiano en las Colecciones Reales de Patrimonio Nacional. Supone un espléndido recorrido por las distintas escuelas de pintura italiana conservadas en los palacios de la monarquía hispana. Desde el siglo XVII, los reyes aquirieron obras de esa nacionalidad para decoración y por su gusto personal. Los nobles y virreyes sabedores de este favor hacia la pintura les regalaron a su vez pinturas. También los gobernantes de los estados italianos les hicieron regalos como los monarcas de la Casa de Borbón siguieron engrosando las colecciones, destacando Felipe V, Isabel de Farnesio y Carlos IV.

Guido Reni, Conversión de Saulo, 1621

Esta rica muestra se compone de esculturas y pinturas que han sido de nuevo estudiadas y restauradas para la ocasión, lo que ha provocado el cambio de algunas atribuciones. Todas forman un conjunto de primera magnitud ahora accesible para el público y los investigadores, pues muchas de ellas no forman parte del recorrido de la visita pública. Tienen un sobresaliente valor artístico e histórico, y prácticamente la mitad de ellas se muestran al público por primera vez. Están organizadas en cuatro grandes apartados: I. De Bolonia a Roma; II. Caravaggio, de Roma a Nápoles, de Nápoles a España; III. El Cristo Crucificado de Bernini para Felipe IV; y IV. Esplendor barroco. Grandes palas de altar en las Colecciones Reales de Patrimonio Nacional.

Guercino, Lot y sus hijas, 1617

La escuela napolitana es la más representada en las Colecciones Reales, explicado por el gobierno español de ese trerritorio. Sin embargo, la visita de la exposición, por el cúmulo de obras maestras, nos permite hacernos una idea de la escuela clasicista, la originada en Bolonia, y la escuela naturalista, la que crea Caravaggio, propias del estilo barroco. De la primera tenemos pinturas de Guido Reni, como la extraordinaria, Conversión de Saulo, (1621); del Guercino, Lot y sus hijas, (1617); y Giovanni Lanfranco, Triunfo de un emperador romano con dos reyes prisioneros, terminado en 1633 por encargo de Felipe IV, para el palacio del Buen Retiro.

Velázquez, La túnica de José, hacia 1631

El visitante puede disfrutar también de La túnica de José de Diego Velázquez, que fue pintada al término del primer viaje a Italia junto a la Fragua de Vulcano y que decoraba ese palacio en 1634. Sin duda, en la exposición llama la atención la obra original de Caravaggio, Salomé con la cabeza del Bautista, pintada hacia 1607, en la primera de sus estancias en Nápoles. Se confronta con una pintura de Fede Galizia titulada Judit con la cabeza de Holofernes, que nos destaca lo revolucionario del estilo naturalista del primer maestro. Durante la primera mitad del siglo XVII, la escuela local estuvo dominada por el valenciano José de Ribera, del cual se exponen un conjunto de obras, entre las que sobresale el famoso, Jacob y el rebaño de Labán, una pintura en la que la paleta riberesca se abre a la luminosidad, el colorido y la libertad de pincelada propia de la corriente neoveneciana.

Ribera, Jacob y el rebaño de Labán, 1632

Sus pinturas se confrontan con dos obras del napolitano, Luca Giordano, La burra de Balaam y Job en el muladar, en la que éste emula el estilo del valenciano. De esta forma, continuará su pintura y también será uno de los intérpretes del barroco ilusionista en la decoración al fresco. Su fortuna en nuestro país culminará con su llegada a la corte de Carlos II en 1692, en gran medida para decorar el monasterio de El Escorial. La obra escultórica más importante de la exposición es el Cristo Crucificado de Bernini que Felipe IV encargó para el Panteón Real de ese monasterio, y es la única de su mano para fuera de Italia que llegó a su destino. Un hecho que se produjo hacia 1655, y fue sustituido por un crucifijo de Domenico Guidi, de menor calidad, pero más dramático, siguiendo un modelo de Alessandro Algardi.